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ToggleSer mujer conlleva unas expectativas sociales incluso antes del nacimiento que marcan e influyen tanto en el desarrollo de sus vidas como en el conocimiento de su sexualidad. Existen grandes valores machistas que perpetúan una idea de mujer sumisa e indefensa, desde luego, encaja con el papel de víctima, aquel del que las detractoras Kipnis, Roiphe y Weiss quieren desatarse y proclamar a la mujer como empoderada y fuerte ante una violencia que abusa de ella, pero que en ningún momento nos debe hacer sentir vulnerables, de nuevo la solución recae en el ideal de una mujer con ciertos privilegios y que de una manera u otra debe ser inmune a la violencia que es ejercida sobre ella.
Son esas expectativas sociales a las que la mujer debe resignarse igual que al sexo insatisfactorio poniendo, evidentemente, fin al problema, porque nadie tendría por qué resaltarlo. Es posible que esta sea la fundamentación de las profecías autocumplidas, que nos llevan a asumir el sexo de esta manera, “consentirlo” y es entonces cuando hablamos de que el consentimiento es una respuesta y no una expresión de deseo. Sin embargo, sin una visión clara de que el consentimiento es necesario para poder llegar al punto de que la mujer viva realmente su deseo, estaremos en un bucle constante que nos llevaría a plantearnos si somos simplemente complacientes o nos dejamos llevar realmente por nuestro deseo.
En cualquier caso, ser mujer y hablar de sexualidad es una imprudencia: tanto para bien como para mal. Es decir, ser mujer que habla de sexualidad puede llevarnos al punto de mira, y más cuando rompe con lo establecido y con unos estereotipos marcados por una sociedad androcéntrica. Es complicado que una mujer hable de su deseo sexual, porque eso lo pone encima de la mesa, y además desde la voz de una mujer, la hace valiente; no obstante tiene mayores contraindicaciones al entrar en uno de los mayores tabús de la sociedad, y emitidos por una mujer, el género que nunca ha contado con el espacio para hablar ni de sexualidad ni de otros temas sociales.
“No todas las voces son iguales” : La Interseccionalidad
El tema de los estereotipos sociales nos lleva sin lugar a dudas a hablar de la interseccionalidad. Esta perspectiva nos hace ver que ser mujer y encima hablar de sexualidad conlleva un doble rasero social. Estas variables como son el género y tratar un tema practicamente oculto y castigado en la sociedad crean un doble estándar de desconsideración social, pero si además hablamos de mujeres negras que expresan su sexualdiad, el estándar se vuelve triple.
Deseante y Castigada: El doble rasero.
Partiendo de esta reflexión donde los factores de discriminación son un todo y se viven así, la mujer se sitúa en una posición casi de indefensión en la sociedad, y se entiende perfectamente cómo surge esa necesidad de eliminar el papel de víctima a la mujer en ciertos movimientos feministas. Pero esto trae consigo ciertas desventajas: no comprende el deseo de la mujer sexual en un sistema donde vive castigada invisibiliza el deseo o el placer sexual de las mujeres que lo tienen más difícil.
“Pobre de aquella que no se conozca a sí misma y no lo exprese bien.” Esta frase representa por completo cómo el autoconocimiento y los recursos para empoderarse sobre el propio placer sexual parte de una situación privilegiada en ocasiones de mujeres blancas con alto poder adquisitivo. Así mismo, y aunque toda mujer fuese capaz y tener la posibilidad de expresar lo que realmente quiere, ¿es su voz relevante en el panorama social masculino?
Esto no quiere decir que el deseo sexual deba llegar al punto de que sea tan igual el hombre como el de la mujer para que ambos puedan ser responsables y autónomos, es más, dudo en que los deseos sexuales sean iguales entre personas de un mismo género. ¿Debe el deseo de la mujer ser igual al del hombre para que sea reconocido? Por supuesto que no. ¿Por qué debe ser el deseo de la mujer igual al del hombre y no al contrario? ¿Por qué no asumir su diferencia sana y partir desde ahí?
Las diferencias en los deseos sexuales han sido un punto de partida para entender a la mujer como deseada y no deseante, como reactiva, como la que debe consentir en lugar de desear. El deseo y placer de la mujer era antes algo que cuidar por parte del hombre, como si fuera suyo una vez que se da a conocer. Debemos llegar a conocer cómo surge el deseo para poder concebir la capacidad de deseo de la mujer y no como patología al no ser igual al deseo sexual masculino.
EL PAPEL DEL HOMBRE: UN DESEO IMPUESTO.
Todo sirve para justificar la violencia masculina: cuando no se tiene en cuenta el consentimiento, es porque se da por hecho que la mujer quiere; cuando se tiene en cuenta el consentimiento, es porque ella ya dijo que sí en algún momento; cuando se tiene en cuenta el deseo de la mujer, es porque su deseo en realidad es más lento y por tanto hay que insistir… El hombre se justifica con el comportamiento sexual de su víctima, en lugar de conocer en qué se basa todo el tiempo el suyo: la insistencia, el egoísmo, la autopercepción de responsable del encuentro sexual; guiar el encuentro hacia su placer; actuar desde un desequilibrio de poder.
Al mismo tiempo, mirando su propio comportamiento, no hay otra justificación que la de la concepción binaria de la sexualidad entre lo femenino y masculino como invariable e inevitable (p.60). Esta idea perdura hoy en día, justificar la violencia como inevitable al no satisfacer el deseo sexual masculino, culpar a la mujer de la imposibilidad del desahogo sexual del hombre, volver a la frustración del NO y cómo, aunque la mujer sea deseante, aunque a la mujer se le tenga en cuenta el consentimiento y aunque el feminismo la empodere y no la victimice, su respuesta o actitud queda siempre irrelevante porque en una sociedad y una cultura donde sigue imperando el patriarcado y el androcentrismo, todo sirve para justificar la violencia ya que siempre se puede poner la paja en el ojo ajeno y culpar a la mujer, hacerla siempre víctima y por ende, la causa del maltrato por parte del hombre.
Estamos ante un feminismo que pretende alcanzar un estado de bienestar para la sexualidad de la mujer, pero parte de unos análisis de una cultura machista, y por tanto, pone el foco en que la responsabilidad de su cambio está en ella. Es ilógico plantear que la persona que carece de recursos y está en desigualdad de poder, tenga que lograr el cambio social. ¿Dónde queda el papel de hombre? ¿Cambiaría algo sin cambiar la perspectiva de los hombres hacia el deseo sexual de la mujer si por mucho que la normativa cambie, este sigue justificando la actitud de éstos frente a la mujer? Mientras el sexo siga siendo un derecho para ellos y una responsabilidad para nosotras, en lugar de un acuerdo, encuentro o consenso, no.
Si la mujer le debe sexo al hombre aunque solo sea por evitar así la violencia o un maltrato aún peor, sigue haciéndolo en base a las consecuencias negativas. La mujer no le debe sexo al hombre, y aunque lo repitamos delante de todos lo hombre, ésto no cambia nada si no ponemos el foco en la asunción del derecho que piensa el hombre que posee a costa de la violencia contra la mujer.
Zaira Santos
Escuela Educación Sexual